Israel, tan orgulloso del control sobre sus fronteras, ha sido objeto de una acción quizás solo comparable a los hechos del 11 de septiembre.
:quality(75)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/elcomercio/XE7QZHMCJVDDDCLOBUPYF4AU3I.jpg)
En ese entonces, como ahora, ante el ataque masivamente letal, la pregunta es obvia ¿cómo es posible que los servicios de seguridad no detectaran lo que iba a venir? ¿Qué falló?
Verse atacados por Hamás, además de confusión y desconcierto, ha despertado en los israelíes, una sed de venganza exacerbada.
Hamás actuó como lo que es, un grupo terrorista, indudablemente consciente de lo que la matanza habría de provocar: la durísima reacción de Israel.
Israel no es un grupo terrorista. Es un estado de derecho, en el que conviven todas las filias y fobias políticas. Ser un estado de derecho, también entraña obligaciones. Es una salvajada del calibre de la terrorista, cortar el suministro de agua, alimentos y luz en la Franja de Gaza.
Es oprobioso que miembros del Gobierno israelí califiquen a sus habitantes de “animales humanos”. Son personas. Muchas, simplemente personas inocentes.
Hamás atacó a sabiendas de lo que vendría después, lo que no justifica una respuesta que transgreda las líneas rojas del derecho internacional.
La Unión Europea advierte del error y horror de dejarse llevar por la sed de venganza.
En la misma línea, Naciones Unidas.
El ubicuo Zelenski (¡aparece en todas partes!) ha pedido que se trate a Israel con la misma consideración que a Ucrania, en tanto que territorio invadido.
Ni todos los habitantes de Gaza son terroristas. Ni todos los israelíes están de acuerdo con las políticas de su país con Gaza. Y nadie puede estar de acuerdo con que la población civil, de uno y otro lado, sea el objetivo.
Confianza en el hombre. Rechazo a la barbarie.
