Se molesta cuando no lo miran o no le obedecen. Ordena y dirige. Primero la visita guiada, dice en qué momento tomar fotos y al final la entrevista. “Cierren la puerta”, “mírame”, “gira un poco más allá”, “estoy hablando”, repite. Explica el nombre Colli, el origen, su evolución y cómo era antes la zona donde estamos. Nos encontramos en su casa, en la calle Atahualpa, que a la vez es el Museo de los Colli y un centro cultural, fundados por él. Enrique Niquin, el guardián de esta cultura preinca.
La portada gigante de una futura historieta de su autoría sobre los Colli, maquetas, huacos, réplicas, paneles, historietas, mapas y moldes son algunas de las piezas que exhibe en dos ambientes. Espacios que ha ido implementando gracias a la ayuda de alumnos de universidades como San Marcos y Católica; y claro, gracias a la tenacidad de Enrique, que también sostiene este reducto con polladas, frejoladas y, este 16 de octubre, con una pallarada. Pero le molesta que digan que tiene el museo más humilde del mundo. Defiende la dignidad, la de un autodidacta en historia, investigación y gestión cultural.
Proyecto que sostiene desde la adolescencia y que le ha costado contraer tuberculosis y perder a su pareja. Se enojó y se fue. Le exigía que salga, “como todos”, a las 7 de la mañana a trabajar. “Yo trabajo acá”, le respondía. “¿De eso vives?”, insistía. Y él sigue al pie del cerro que custodia el legado Colli. No tiene hijos y es el segundo de 12 hermanos.
“Todavía no filmes. Siéntate, voy a cambiarme”. Ordena y dirige. Se da la vuelta, saca una camisa, se cambia y me pasa una lista de preguntas que tiene escritas a lapicero en un cuaderno. Luego de que comprueba que ya las revisé, me entrega una hoja en blanco para escribir mis preguntas. No escucha bien y prefiere leerlas antes de responderlas. Las revisa y me pide que agreguemos algo más. “Si quiere puedo dejar un mensaje a la juventud”, me dice, tose y bebe un sorbo de una gaseosa negra. Está listo.
-¿Cómo está don Enrique?
El doctor dijo que tenía neumonía. Una señora me salvó…
-¿Por qué sigue entregado a difundir la cultura de los Colli?
Porque me nace, no hay nadie que continúe. En la pandemia la pasé gravísimo, por acá desfilaban los muertos, por eso no atendí a nadie y viví de lo que vendía en Facebook. Me salvó la gente de Miraflores, Surquillo, La Molina, Lurín… La gente pudiente me ha comprado.
-Ya son varios años dedicados a los Colli.
A los 17 años empecé mis actividades culturales, cuando estudiaba en la gran unidad escolar Bartolomé Herrera de San Miguel. Me venía a cuidar una choza que mis padres hicieron con tres palos, cubierto con una frazada, un primus y una vela. Apliqué lo que el profesor me había enseñado en el colegio. Había puras lomas, plantas. ¡Increíble! Descubrí caminos milenarios, que iban hasta San Juan de Lurigancho, Carabayllo. Después pasé a investigar el distrito de Comas y me demoré tres años. Todo era campos de cultivo, quebrada abrupta. Pero dije: estos 365 sitios arqueológicos y 15 casas coloniales van a desaparecer si no hay quien presente un proyecto para ponerlos en valor. Por eso el 15 de septiembre, del año 1989, cree mi centro cultural Proyecto Collique Monumental. El peruano no presenta proyectos, para criticando nomás. Una de las propuestas es que en todos los distritos debe haber museos. Y pensé en hacer un museo en mi casa.
-¿Estuvo bien haberle dedicado su vida al museo?
Después de haber investigado por 20 años, mi cuerpo se malogró, fui a parar al hospital con una potente tuberculosis. Me han asaltado ocho veces, porque venía de noche, dos, tres de la mañana. Cuando me dieron de alta, me fui a trabajar como dibujante con el cineasta Alejandro Legaspi. Y ahora, el 3 de diciembre, cumpliré 73 años y el doctor me ha dicho que a partir de los 75 mi cuerpo se va a malograr. Hace dos meses me volvieron a llevar al hospital, porque estaba muy mal. Tres veces casi me ahogo. Me han dicho que de repente tengo cáncer. Pienso que ya debería estar descansando.